LEMA ORANTE.
2 de Noviembre de 2025
El poder de la fuerza violenta –de múltiples facetas- sigue ganando espacios; espacios de vida. Y cada vez que asoma una esperanza, una insinuación de alegría, una posibilidad de innovación, de inmediato la respuesta es la crítica exacerbada, aumentada, que degrada esa actitud de avance, de progreso, de descubrir, de aprender…
La sombra del fracaso, la pérdida, el error, la dificultad…, ese apego al pasado, que no quiere ceder porque así tiene garantizado el dominio y el control, el manejo y la manipulación, surge en miles de facetas.
A veces, la violencia es en forma de envidia; otras, de comentarios de deterioro; otras, sin duda, con actos de daño. Pero, en cualquier caso, está ahí merodeando para asegurar y asegurarse el dominio.
Igual ocurre con posturas o actitudes que se defienden para justificar la apatía, la abulia y el innecesario esfuerzo por cambiar.
Sí. La Llamada Orante nos advierte de que esas actitudes las hemos ido heredando, pero son reversibles. Pero para ello se requiere una disciplina, una convicción, una decisión. Una decisión firme de modificar actitudes, gestos, palabras, pensamientos, obras… y no quedarse anclado en el futuro, aduciendo que: “Bueno, pero ya... algo parecido a esto ocurrió. Pero luego fracasó porque…”, el largo etcétera que viene; el largo etcétera histórico, que por momentos resulta histriónico.
Todo proceso evolutivo, descubridor, de aprendizaje, sin duda tiene carencias, tiene defectos, tiene que superar determinados inconvenientes propios de los nuevos caminos.
Claro, si el ser se fija en esas dificultades, pero no presta la atención al entusiasmo, a la fe, al idealismo, al esfuerzo y la dedicación, indudablemente estará boicoteando esa nueva situación, esa diferente percepción.
La Llamada Orante nos orienta hacia la exaltación –sí, hemos llegado hasta ese punto-, a la exaltación de ese pequeño detalle de cambio, ese pequeño detalle de innovación, ese pequeño detalle de rectificación, ese pequeño detalle de modificación de actitudes.
Y la tendencia esclavista de permanecer “como antes”, que en definitiva era un dominador sobre una servidumbre…
Que es el modelo que se sigue, lo que pasa es que “disimuladamente”. Y lo que sí ocurre –cierto- es que hay ejemplos de seres que se mantienen en sus virtudes y son testimoniales ejemplos. Claro que sí. Pero su influencia es escasa.
Hasta los más críticos lo aceptan, pero lo colocan en el pedestal de la excepcionalidad. Punto.
Como el principio de Peter: “Si quieres anular a alguien con influencia e importancia, nómbrale presidente, director general, móntale un gran despacho, llénale de ayudas y beneficios y ganancias. Pero, por todo ello, impídele que tome decisiones”.
Es, sin duda, una forma sibilina de violencia. No podrá decir que le han tratado mal o que le han echado… no.
También –en consecuencia- esa es una actitud esclavista que, ante una acción valiosa, se la rodea de vítores y aplausos para que con ellos se nutra, y no precise continuar su firme propósito de lograr, alcanzar…
Ante –como actitud, nos señala la Llamada Orante- ante una posición de avance, de descubrir, de aprender, de evolucionar, al contemplarla –como hemos dicho anteriormente- se ensalza lo virtuoso; y eso no quiere decir que no nos demos cuenta de lo que carece, de los riesgos. No. Pero no es suficiente con señalarlos.
La Llamada Orante nos sugiere que, además de señalarlos, demos respuestas para solucionarlos: “Sí, este proyecto tuyo me parece bien, pero tiene este inconveniente, o no has tenido en cuenta este factor. En mi opinión, esto se podría evitar de tal y tal y tal forma”.
Pero no ocurre así, no. El sentido crítico, tan defendido por la envidia, deja el agujero, pero no da, no aporta…
Con lo cual, el proyecto, la idea, la ilusión y la fantasía que se tenía, queda preocupada; queda… incluso puede llegar a quedar ridícula. Pero es que los que critican y hacen agujeros sin saber cómo taparlos, se han quedado en su destrucción, se han quedado en observar cómo aquél se equivoca y cómo resaltarlo.
Es semejante –para entenderlo- a cuando el adulto desilusiona a un niño. Él tiene su fantasía, su ilusión de ir a tal sitio, de jugar con tal o cual cosa… y el adulto le enseña a que eso ya pasó; que no: “él tiene que ser más serio, más productivo, más rentable; tiene que aprender desde muy pequeño que la vida es muy dura, muy difícil”.
Y lo hace por su bien. Curioso.
Pero resulta que, cuando se actúa de esa forma –ponemos lo del niño como una imagen, nos vale igual un adulto, un anciano-, cuando se actúa de esa forma, se está ejerciendo una violencia “simpática”. Sí. Un: “En el fondo, me gustaría también a mí, pero no. La vida me ha enseñado que es cruel y despiadada”.
Seguimos buscando quién es esa señora –la vida- que es tan infiel y tan despiadada, tan terrible, tan horrible. Cuando se escucha esa frase: “No. Es que la vida te enseña…”. ¿Quién es?, ¿quién es ésa? Es el diablo, ¿no? El malévolo: Lucifer.
.- La vida te enseña…
.- Pero ¿a qué vida se refiere usted?
.- No, porque a mí me ha pasado esto y esto y esto…
.- A ti te ha pasado eso, ¿y eso es la vida?
Pareciera que es un fantasma que nos une y que nos da la lección magistral de que la vida es un absoluto fracaso, que carece de sentido, y que cualquier fábula, fantasía, ilusión… está abocada, tarde o temprano, al fracaso.
Esa sería la vida.
Y de eso hay que darse cuenta, para apercibirse –“para apercibirse”- de que eso no es cierto; que ésa es una visión sesgada, adulterada, personalista e interesada en que así sea, para el beneficio de los fracasados… y la optimización de los poderosos.
El plan es perfecto para perpetuar la esclavitud.
Detrás de una opinión, detrás –y a consecuencia y enseguida- de una crítica, debe haber una resolución, un aporte.
Destruir el sueño, el ensueño, el entusiasmo de un ser, es tan fácil y tan dramático que, realmente, nada tiene que ver con la vida.
Es semejante a como si el árbol ya establecido destruyera sus semillas, impidiera sus viajes o sus cercanías, atentara con –en definitiva- su presencia y su desarrollo.
Es como si el agua de lluvia, al acercarse a la tierra, decidiera volverse de nuevo a la nube y dejar a la tierra seca, arrepentida por el mal uso que hacen los humanos, del agua.
Sí. No sabemos, no sabemos qué es la vida. No podemos definirla. Y ese es un argumento suficiente para saber que no tiene final. Ni principio. Que lo que marcamos como principio y final es una parte ínfima, ¡muy ínfima!, de esa vida. Y que, si somos capaces de fomentar esa idea, ese proyecto de eternidad, indudablemente, no sería el final una previsión obligada, ni el principio una opción o decepción anunciada. Ampliaríamos el margen –¡ampliar el margen!- de esa acotación.
Ampliar el margen de esa acotación supone abstenerse de las limitaciones.
Reconocerse ilimitado.
Verse en una humanidad cambiante.
Que sí, la han propiciado unos cuantos. “Unos cuantos”. Unos quantums –como la visión real de la estructura, de la materia-.
Pequeños detalles.
No. No resulta fácil mover los arquetipos que tienen cimentación de dominio y de poder, de control y mando. No.
Pero uno de los impedimentos que se ejercitan bajo esa arquetípica y sistemática crítica de destrucción… –atentos- consiste en prestarle atención, en prestarle pábulo, en darle ¡valor!, en admitir su punto de vista. Que a veces es con risa, con menosprecio, con… eso: con ganas de que pase pronto ese momento excepcional.
Y claro, si la persona está en su pleno auge, decisión y ganas “de”, pero atiende al que más grita, al que más sibilinamente critica, al que escucha… –cuando se escucha- o al que... “pues creo”, “pues a mí me han dicho...”.
No. No.
Es justo el ejercicio de la sordera, para esas personas, esa cultura, esa sociedad, ese medio que te pinta las cosas de tal forma y manera que deteriora, que frena, que termina incluso por destruir tu proyecto, tu imaginación.
Y cuando esas actitudes críticas, ácidas o aparentemente benevolentes, o bueno… que te siguen un poco –“un poco”, nada más- pero en el fondo piensan: “No, esto debería ser de otra forma”… ¡Pero no te lo dicen tampoco! No, ¿para qué? Se tendrían que responsabilizar… Y eso, no. Es mejor vivir de los residuos esforzados que mantienen las seguridades, que ejercer la libertad de confabularse con imaginaciones y fantasías.
Sí. Es preciso hacer caso omiso a todas esas incidencias.
Recientemente celebrábamos 31 años desde que este lugar se estableció. Durante todo ese tiempo –sobre todo al principio-, las profecías que había sobre este sitio eran terribles; ¡terribles! Y profecías… de personas allegadas y cercanas. Y por supuesto, de personas no tan allegadas, y menos aún cercanas.
Si hubiéramos escuchado una mínima parte de todos esos auspicios, todavía estaríamos pensando –todavía estaríamos pensando- cómo continuar el levantar esta pared o poner aquella columna.
Es un ejemplo, sí. Pero hay que recurrir a ejemplos propios, porque si no, parece que son teorías que uno esgrime, que bajo el signo de la oración se expresan…
No. El Sentido Orante, en este lugar sagrado, se expresa con contundencia en cuanto al transcurrir y la vivencia que se ha tenido que desarrollar mientras se construía. Y después, por supuesto, mientras se convivía.
De ahí el valor que se le da a la referencia que emana de nosotros y la nula dependencia de otras fuerzas, de otras formas; no solamente de carácter económico o interesado, sino de otras formas de carácter propiamente de realización, de proyectos.
No se trata de mostrar que se es una realización perfecta, maravillosa... ¡no, no, no! Pero, entre otras cosas, permanece, continúa, gracias a no haber tenido en cuenta las profecías, comentarios, opiniones –todas negativas- en torno a un proyecto y a una realización.
Cuando el ser se consagra a la sagrada misión de servir, de promocionar, de realizar, de cuidar, de sanar… hace oídos sordos a los frenos que aconsejan otras formas. Y, en consecuencia, esa actitud de ser fiel a esas fantasías y realizaciones se hace irreductible.
En consecuencia, no es preciso luchar y pelear. Es preciso esperar, esperanzar, perseverar, testimoniar.
No es nuestra meta el éxito, el triunfo… No tenemos metas. El ser se desarrolla en torno a los empujones de la Providencia. Y en la medida en que escucha ese mensaje orante, es capaz de realizar, estar, permanecer… sin el objetivo de la renta.
Y en este sentido –sin principio, sin fin-, es precisa la solidaria colaboración, el necesario diálogo, la precisa convivencia, que precisamente enriquece la tendencia particular, pero a la vez amplifica sus posibilidades al compartir su individual opinión o sugerencia.
Nos llaman a orar para que perfilemos nuestras capacidades, nuestras dotaciones, producto de la Creación; nuestros dones, que son virtudes necesarias para la perseverante continuación.
Hagamos de ello un sentido; un sentido de trayecto, de adornos, de detalles… que por sí mismos, por su creencia, se blinden ante lo corrosivo, lo crítico, lo decepcionante.
El Misterio Creador es el que Es, y en la medida en que en la oración sentimos su influjo, estamos cargados de un permanente futuro de infinitas posibilidades.
Igual que lo divino no está sujeto a ningún dogma, aunque se establezcan dogmas, religiones, morales, etcétera. Pero eso no es. Eso no tiene nada que ver con ese Misterio.
Eso es ganas de sustituirlo, de evitarlo ¡torpemente! ¡Muy torpemente!
Seamos, en consecuencia, reflejos fieles de esa opción orante que nos posibilita el sabernos herencia eterna de una Creación de Misterio.
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