LEMA ORANTE.
17 de Noviembre de 2024
Cada vez, la frecuencia del estilo de vivir nos acerca más y más –cada vez que se expresa- a la tragedia, al drama, a la tristeza, a la rabia, a la depresión, a la incomprensión.
Cada vez que el poder se expresa, nos hace saber de nuestra fragilidad, de nuestra pobreza, de nuestra carencia, de nuestra incapacidad.
Cada vez que la riqueza se muestra, lo hace a través de la opulencia, la magnificencia… resaltando la miseria de la pobreza, la “inevitable” esclavitud del hambre.
Cada vez es más frecuente que las evidencias materiales, tecnológicas, científicas, nos conduzcan a una inevitable –salvo excepciones de poderosos- a una inevitable tragedia.
Se nos muestra imposible cualquier modificación de las que evidentemente nos esclavizan; porque es la esclavitud la que predomina, la que manda, la que ordena, la que habla, la que prueba.
Se admite el comentario de: ¿Se genera la vida, para destruirse a la vez? ¿Se produce la sonrisa, para culminar en una mueca de dolor? ¿Es, el destino, el inevitable afán de muerte a la vida?
La Llamada Orante nos sitúa en este caldo de cultivo… de inevitables consecuencias.
Lo evitable, lo imposible, lo milagroso, lo increíble, lo fantástico, lo idealista, lo ensoñador –por supuesto-, lo enamorado, lo afectivo, lo atractivo… no se corresponde con el estilo de estar y de vivir.
Son muestras de carencias de saberes, de conocimientos, de dominios del vivir.
Y así, es fácil e inevitable –con esos modelos- que todos, tarde o temprano, sean un gesto de desespero, una cara de tristeza, una muestra de desconfianza, una mentira parlante que aparenta.
Bajo estos panoramas de cinemascope, de pantalla gigante, nos remite –la Llamada Orante- a contemplar, a meditar, a tomar nota de en dónde estamos, primero. ¿En dónde estamos?
En algo que hemos llamado “Universo”. En un verso. Y como tal verso, es idilio, es afecto, es sonrisa, es caricia, es terciopelo… narre lo que narre.
También, además de mostrarnos que habitamos en un Universo, nos recuerda –la Llamada Orante- que somos un verso; un verso de letras, palabras conjugadas y combinadas, que nos dan un aspecto, nos muestran unos gestos, ¡nos abren a las posibilidades… infinitas, infinitas, infinitas!
Nos llaman a orar para recordarnos nuestra creación…; que por muy “arregladita” que esté, con evoluciones, fotones, positrones, epsidrilos, muones, neutrinos, fotones… –¡todo tan organizado!-, no llegan, no llegan a mostrar, con las pretendidas demostraciones, el origen y el porqué de vivir. No obstante, en razones nos lo han mecanizado, en razones nos lo han explicado: que los átomos se han organizado y han generado lo que hoy consideramos vida.
Y que es un proceso que tiene su sentido por la muerte.
Filósofos, matemáticos, físicos, humanistas… lo afirman y lo dicen. ¡Y ellos no se pueden equivocar! Tienen el saber, tienen el conocimiento, tienen…
.- ¿Tienen… el qué?
.- Conocimiento.
.- Ah. Conoci-miento. Ya.
El saber, la comprobación, el experimento… Eso que todos sabemos.
Atrás quedan arcaicas historias de paraísos, de bienes y males, de pecados…; también engañosas, manipuladas y distorsionadas.
Cabría preguntarse –nos dice la Llamada Orante-: “Dentro de lo mucho que se sabe –a lo mejor no tanto- ¿por qué aquí, aquí en esta esquina –según se baja, a la izquierda- de esta galaxia, por qué aquí se ha producido este…?”.
.- ¿Inconveniente?
.- No, no, la vida.
.- ¡Ah!, la vida. No, como es un inconveniente vivir, y vivir perjudica seriamente la salud… Cierto, ¿no?
¿Por qué aquí?
Bueno, son preguntas incómodas, incluso sin sentido, y a veces consideradas estúpidas.
Pero, por momentos, cuando la fe tiembla, cuando la fe tiene escalofríos, cuando la confianza… mnnn, cuando la fidelidad –¡guau!- se va, cuando… cuando el efecto de la razón de vivir se impone, la fe no hace falta; la Providencia, tampoco; soñar… bueno, de noche; el amar es un rato.
Cuando eso ocurre –y puede ocurrir en cualquier momento-, la Llamada Orante nos advierte, primero, de que ocurre, de que transcurre; de que, por un misterio, la humanidad ha cogido esa onda en la que está –no por su libre albedrío, que no existe-.
¿Se imaginan, por un instante –sin pretensión de demostrarlo- que, en este universo –de lo poco que conocemos, pero de este universo-, se imaginan que nacen seres que pueden hacer lo que les dé la gana? ¿De verdad que lo pueden hacer? Sometidos a la ley de la gravedad, sometidos a una protección especial de estratosferas, troposferas, ionosferas… condiciones un poco sospechosamente idílicas para que haya una biodiversidad insondable.
¿Eso ha sido producto del libre albedrío de bacterias, virus, hongos… y posteriormente del libre albedrío de dominios, construcciones, extracciones, exterminios, guerras? ¿O hubo, y hay, múltiples opciones? –misteriosas, claro-.
Sí; le cuesta, le cuesta, le cuesta, le cuesta al saber, al dominio y a la ciencia, le cuesta saber que el Misterio está. Ahí está. Y aquí nos convoca y nos llama a orar, el Misterio Creador.
Le cuesta –al saber- que, cuando cree saber algo, se le abre un universo de desconocimientos.
Le cuesta, le cuesta saber que los logros son aparentes, y que por cada logro aparente hay destrozos evidentes.
Le cuesta, le cuesta saber, al serrucho de la razón, de la lógica, que el milagro gravita…; gravita ¡en órbitas raras, sí! –raras para una razón-. Que la sorpresa se esconde –para eso es sorpresa. Que lo imprevisto late detrás de cada certeza. Que lo inesperado aguarda para que, cuando no se espere, llegue.
¡Le cuesta!, le cuesta al saber. Y como respuesta –la ciencia y el conocer-, como respuesta a ese duro Misterio, le cuesta ante él, tanto, que termina por decir: “Bueno. En el futuro, esto que no sabemos, esto que no entendemos, esto que no comprendemos, esto que no descubrimos… se sabrá”.
Una huida de salida. Una huida cobarde. Pero respaldada por la ciencia: la que se ha constituido en consciencia del ser; la que se ha “abducido” para colocarse en la cima de cualquier sentir, hacer o deber.
Sí. Al llamarnos a orar nos sumergen en el Misterio; en el Misterio de creer.
Simplemente. Simplemente en ese Misterio en el que todos los seres están, pero… con diferentes referencias, con diferentes –muy diferentes- patrones a los que imitar.
Pero con darnos simple cuenta de que el creer es inevitable, podríamos sospechar –sospechar, simplemente- que, si el creer es inevitable –en esto, en aquello, en uno mismo, en lo que hace, en lo que piensa; es creer-, ¿tendrá que ver –es la sugerencia orante- tendrá que ver el creer, con lo creado?
¿Nos hemos gestado a nosotros mismos? ¿O ha sido –como dicen- “el azar y la necesidad” –no sabemos de quién- de las partículas y de los carbonos, para… con un poco de sílice y fósforo y alguna cosa más… ¡ya!, la chispa de la vida –la Coca-Cola de Oparin- empiece a funcionar? Y a partir de ahí, ¡ya solitos se organizan! Y aparece el tigre, la mancha de la cebra o el hocico del rinoceronte.
.- ¡Guau! ¡Qué inteligentes! ¡Qué átomos más atrevidos! ¿Y la lechuga también viene de ahí?
.- La lechuga también. ¡Y el ajo y la cebolla!, que a tantos molestan.
¡Aaah! ¡Qué felices serían algunos si el ajo y la cebolla no existieran! Pero, ¡he aquí, he aquí! que, entre carbono y carbono, ¡pfff!, se organizaron en capas y se escondieron.
¡Vaya! ¡Cuántas cosas hay que no gustan!
O sea que el creer nos puede llevar –es un decir, un decir orante; misterioso, claro, en ello estamos- ¿nos puede llevar a la Creación? Con todo el respeto al azar y la necesidad de Jacques Monod. Y con todo el respeto hacia Oparin y a Einstein y a Planck… y a todos los que nos han envuelto en nuestra poderosa sapiencia de bombas atómicas, de destrucción, de arrasar, de dominar, de controlar y esclavizar a todos los seres.
Tenemos –bajo el sentido orante- que discernir entre la acción del estilo de dominio, y el creer.
Y a la hora de creer, darnos la oportunidad de sentirnos creados. Darnos la ocasión de que, cuando amanezca, ama-nece: nacemos porque nos aman. Darnos la ocasión de que el sentir amante es un sentir de Misterio que gravita en la Eternidad. Darnos la oportunidad –¿por qué no?- de gravitar en el Misterio. ¡Y no por ello dejaremos de beber, de comer, de ir y de venir! Pero sí… pero sí nuestro estilo de vivir se va a replantear, al menos… Se va a descubrir como verso, como único, en una Creación insondable.
Sí. El latido del creer, como representante de la Llamada Orante, es el latido que expresa la vida y le da la dimensión de Uni-verso, en un Misterio que habita en nosotros, entre nosotros, con nosotros.
Y esto no va a dañar nuestra inteligencia, nuestro saber, nuestro conocer… ¡no! Lo va a orientar, lo va a reorientar de otra forma.
Lo va a respetar y lo va a ejercitar respetuosamente, con el fin de no ser un motivo de daño permanente.
Y esa Fe, esa Providencia que provee, esa intención de esperanza, esa vocación de sinceridad, nos abre la increíble luz del Amar –como si en el océano estuviéramos- insondable, inabarcable.
Y en la medida en que creemos, bajo el amparo del Misterio, creativizamos nuestra posición y nos disponemos a servir, a darnos, a ayudarnos, a aliviarnos, a solidarizarnos con todo lo viviente; y –dijéramos también- “de forma especial”, con nuestros semejantes.
Puede parecer un poco egoísta, pero parece –parece misteriosamente- que es algo que corre prisa.
Que el sentido de Piedad adorne nuestra consciencia creadora.
Amén.
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