domingo, 17 de agosto de 2025



                              LEMA ORANTE. 

                             17 de Agosto de 2025


La Llamada Orante nos sitúa en la Creación, en un instante llamado “Universo”, en el que transcurre un viaje.

Un viaje hacia lo Infinito y Eterno.

La Llamada Orante nos sitúa en un lugar sin coordenadas, con la referencia de ser creados…; de que somos intencionadamente gestados para transcurrir, realizar y cumplir con los recursos que esa Creación nos proporciona.

La Llamada Orante nos universaliza.

Y así, a la hora de concretar nuestra identidad con nombre, vivienda, profesión… todo ello se amplifica, se hace diminuto.

Y al pasarlo por el filtro de esa Eternidad, el acontecer es un… detalle. Son detalles que nos muestran si estamos en ese cubierto universo. Son detalles que nos indican nuestra procedencia.

Dejamos de pertenecernos, para sabernos emanación de un Misterio… y contemplarnos, en ese transcurrir, con el asombro de la originalidad, de la diversidad ilimitada y de las posibilidades infinitas.

Y es así que podemos ‘con-certar’ nuestro estar, bajo una óptica que, con sus infinitas posibilidades, no nos puede atascar, no nos puede fijar, no nos puede impedir vivirnos como liberación; vivirnos como un suspiro, un aliento.

La Gracia de la consciencia de vivir hace de nuestra estructura una capacitación para construir, realizar, manejar, recrear…

Y todo ello sucede por la inspiración del Misterio Creador, que nos promociona, nos gesta y nos mantiene y entretiene; nos hace intermediarios de su infinitud.

Y así, a la vez que se relativiza, se ‘subjetiviza’ el transcurrir de los aconteceres, así también, simultáneamente, amplificamos y extasiamos nuestra inspirada complacencia; esa que surge del amar convencido, del amor invocado.

Así se hace mágica una mirada, una caricia, una palabra…

Urge evidenciar nuestra original, singular, excepcional y única, imprescindible y necesaria presencia. Y urge en base a la tendencia que se hace cada vez más imponente: esa tendencia de poder, de dominio, de control, de manipulación, de inseguridad permanente, de una consciencia de competición, de ganancia, de rédito, de renta, de un estado continuo de hipoteca, un sentirse viviendo “prestado”, cuando la Creación nos ha gestado ¡gratis! Y nos ha dotado de los recursos para desarrollar nuestras excelencias, que son las excelencias de lo Eterno.

La configuración de la forma, de la estructura de esa ilimitada diversidad, es un detalle de Amor del Misterio Creador.

Es como hace la nube: que condensa el agua y, en un momento especial, abre sus poros y las gotas emanan.

Como cada uno de nosotros: una gota.

Y cada gota es mínimamente diferente a otra…

Y su sentido es regar el campo propicio para hacerlo fértil. Para que lo guardado y preparado como semillas, pueda abrirse hacia la luz… y pueda seguir el sentido de ésta.

Sí; seríamos como una gota. Seríamos como una gota de agua viajando con la luz.

Esa es nuestra forma; esa es nuestra materia.

Que luego se nos muestra con huesos, músculos, tendones... Se nos muestra como una acuarela de multitud de detalles.

Pero si sabemos que somos una gota, una gota viajera, de luz, nuestra consciencia convivencial, nuestra consciencia de relación, nuestro estar… se hace compasivo, se hace condescendiente, se hace complaciente, se hace coordinado.

Y así, la contrariedad, la teórica e inevitable confrontación, no tiene sentido.

La Llamada Orante nos sitúa en el ilusionismo constante, en la ocurrencia permanente, en el respeto y en el cuidado exquisito, en el compartir inevitable; en esa solidaria consciencia de sentirnos uno, cargados de una diversidad ilimitada.

Esa consciencia de unicidad nos permite ver, en lo que nos rodea, a nosotros mismos…; y reconocernos en aquel acto, en aquella actuación, en aquella posición. Así nos sentimos unidad.

Abrir nuestra conciencia radical para que se haga consciencia universal.

Diluir la conciencia de “verdad”, que usurpa nuestro origen esencial: de esencia del Misterio Creador.

La lucha –que parece ¡eterna!- por el dominio y control de la verdad, no es ni eterna ni es verdadera, ni contiene ninguna verdad. Son posiciones de poder que se justifican de manera diversa, según momentos, historias y culturas.

Amparados en “verdades”, las historias de humanidad se salpican de terrores, horrores, dramas, tragedias.

No poseemos la tierra; no poseemos el universo. Estamos en ello; estamos en él.

La verdad nos envuelve, pero no nos pertenece.

Y ello nos libera de ser un radical estático, fijo, que combate y pelea por “su” verdad; posición hedonista, ególatra e idólatra, que ha transcurrido y sigue transcurriendo a lo largo de la historia del transcurrir humano, como la mejor forma de compartir, de convivir y de estar.

La bondad innata del ser se ve usurpada por la consciencia de ese ser que se asombra de sus bienes, sus dones, sus capacidades, y que le hace perder su humildad y le hace olvidar la sumisión: la misión que ha de cumplir en razón a la Creación.

La humanidad, cada vez se empuja más a sí misma hacia apoderarse, dominarse, controlarse, manipularse…

No es difícil encontrarse y descubrirse empujado por la ley, las normas, las costumbres, las opiniones, los prejuicios… ¿Cierto…?

Y así, cada uno, después, gesta sus propios empujones para estar en sintonía con la corriente que ahora predomina. Y el ser se empuja a sí mismo, y se exprime… y se hace estrés permanente.

La serena calma de la pausa, la serena alegría del vacío, se ven secuestradas. ¡No hay tiempo!...

La prisa, prima. Y prima por el rendimiento, por la productividad, por el tener, en esa posición posesiva de pertenecerse, de propietarizarse.

Así, no es difícil que la consciencia y la conciencia se secuestren a sí mismas, para empujar a quien te empuja y para empujarte a ti mismo.

Así, el paso no se hace rítmico, se hace a trompicones. Se hace siempre al borde de la caída. Se está al borde de perder el equilibrio, con esa “carta” de la ruptura, el combate, la huida, el secuestro, el auto secuestro, la exclusión, el desespero.

 

Y todo ello llega a ser normal. Y todo ello llega a ser “la vida” –parte de la vida o la vida misma-, hasta convertirse en sangre, sudor, lágrimas, esfuerzo, trabajo, dedicación, pasión, enfermedad y muerte.

Toda la letra de una sinfonía.

Toda la letra, secuestrada de una Creación, de un Universo, y puesta al servicio de la ego-idolatría personal, convencida de que ése es el estar: la maniobra del desespero, la actitud del combate y la posición de intransigencia.

 

¡Sí! Sí, sí, sí, sí. Casi todo lo escuchado, seguramente ya se ha escuchado. 

Casi todo lo escuchado, seguramente ya se ha escuchado

Y pueda resultar, una repetida advertencia, que no es… “orar”.

Y es evidente que sabemos por experiencia que nos es preciso escuchar una y otra vez la aparente misma escucha, para que ésta se haga una vibración incorporada.

Y cuando incorporamos el detalle de esa palabra, de esa frase, de esa llamada, nos transfiguramos, sí. ¡Nos convertimos!

Nos transfiguramos y nos convertimos en una novedad, en una innovación. Y dejamos de ser el agobio y la preocupación, la contradicción y el prejuicio.

 

La vigilia de la luz nos inunda lentamente, pero decididamente.

Es así como, en nuestro despertar, nos descubrimos en un ama-necer: que hemos nacido porque nos han amado. Nos descubrimos en un acontecer cargado de sorpresas, de signos, de casualidades, de ocasiones…; de posibilidades de emitir la palabra sincera, la palabra sentida.

 

Una nueva vigilia, una nueva luz… que transcurre sin miedo e ilumina cada rincón.

Y nos hace dinámicos artistas del Amar.

Nos hace recreativos… en las palabras, en las ocurrencias, en las fantasías, que siempre están… y que nunca hay que abandonar.

 

No es un día más. Es una excepción original.

 


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